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Silvestre Pérez
Silvestre Pérez Martínez (Épila, Zaragoza, 19 de octubre de 1767 - Madrid, 1825) fue un arquitecto de carácter y formación neoclásica. Su estancia en Roma como pensionado (1790-1796) coincide con la difusión de ideas francesas y con la crisis del modo clásico -especialmente en lo concerniente al vitruvianismo, pues eran reveladoras las cuestiones a las que llevaba el nuevo conocimiento arqueológico del mundo griego. Su investigación en Roma se centra en diseñar los planos de las ruinas romanas, con la intención de definir el espacio de los antiguos, y aprovechar este aprendizaje, fuera de alardes decorativos y centrado en cuestiones espaciales que aplicaría en sus composiciones posteriores.
Realiza una serie de ejercicios, “construcciones mínimas”, en las que se puede observar la sacralización de temas anteriormente profanos, como el de la Biblioteca. Estas interferencias son también palpables en la arquitectura construida. Por ejemplo, en la iglesia de Motrico (1789), traduce la idea de templo clásico a la parroquia cristiana y muchos años después, en 1820, en la iglesia de Bermeo (inacabada) Pérez consigue diferenciar claramente el templo barroco del clásico, gracias a que la fachada no se convierte en una transposición del retablo, sino de la planta. Aunque estas dos iglesias pertenezcan al ámbito vasco, Pérez tiene una fructífera actividad en los años intermedios. En la Academia, aparte de su labor docente, es secretario de la comisión de arquitectura a partir de 1800, y realiza simultáneamente una actividad como urbanista y arquitecto que llena de sugerencias su obra. En el País Vasco traza el proyecto de Nuevo Bilbao o Puerto de la Paz (1807).
Parte de su destacada labor coincidió con la ocupación francesa. Como arquitecto de José Bonaparte, el rey intruso, realizó una obra de carácter conmemorativo, un arco del triunfo en la Puerta de Toledo en Madrid. En esta obra puede observarse su entusiasmo por la arquitectura romana.
Algunos proyectos ambiciosos que supondrían una gran reforma de parte de Madrid, como un viaducto que salvaba la pendiente de la calle Segovia, finalmente no se realizaron, debido la penuria económica del momento. Se trataba de unir el Palacio Real con la iglesia de San Francisco el Grande y de este modo conseguir una imagen de la ciudad como fachada aúlica hacia el río. El nuevo sentido que adquiriría representaría la unión de los poderes legislativo y ejecutivo, siendo una alternativa al eje del Paseo del Prado. Pero las limitaciones económicas hicieron que la obra de Silvestre Pérez se tuviera que circunscribir a proyectos más modestos, como la traza de la plaza de Santa Ana (1810), en la que plantea ya el tema urbano del espacio ajardinado, y la de San Miguel (1811).
Una vez que José Bonaparte huyó de España, la colaboración con su régimen le obligó a seguir sus pasos y se exilió en el país vecino. Este hecho marcó su carrera. A comienzos del reinado de Fernando VII volvió, ya exculpado de su posicionamiento afrancesado, y se incorporó al panorama artístico español, aunque fue postergado en favor de arquitectos menos creativos pero más fieles políticamente. En el País Vasco realizó el Teatro de Vitoria, el Ayuntamiento de San Sebastián y otros proyectos que no se materializarían, como los de la Plaza Nueva o el Ayuntamiento de Bilbao.
Referencias
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