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Palacio de los marqueses de Santa Cruz
Álvaro de Bazán, primer marqués de Santa Cruz, caballero de la Orden de Santiago, capitán de la Mar Océana y almirante de la Marina, mandó construir a fines del siglo XVI dos palacios: uno en la Plaza Mayor de Valdepeñas, que no se conserva, y otro al lado de la iglesia parroquial de El Viso del Marqués, que sí se conserva y es utilizado actualmente como Archivo de la Marina Española. El marqués lo frecuentaba bastante al estar a mitad de camino entre la Corte en Madrid y el puerto de Sevilla, al que como marino tenía que acudir frecuentemente. También se halla en El Viso su tumba, en la cual está enterrado junto con su esposa. Desde entonces pasó a ser proverbial el dicho
- El marqués de Santa Cruz
- puso un palacio en el Viso
- porque pudo y porque quiso.
Del palacio, construido entre 1574 y 1588 con modificaciones posteriores, cabe decir que se trata de un impresionante edificio de planta cuadrada y estilo renacentista articulado en torno a un hermoso atrio renacentista con una tumba yacente. Los muros y techos se hallan cubiertos de frescos de doble temática: por un lado, escenas Mitológicas y, por otro, Batallas navales y ciudades italianas relacionadas con la trayectoria militar del marqués y de sus familiares. Los frescos se deben a unos pintores manieristas italianos, los Perola. Al verlos, Felipe II les encargaría trabajos para El Escorial y el Alcázar de Toledo.
Para levantar el que había de ser declarado monumento nacional en 1931, el marqués contrató a un equipo de arquitectos, pintores y decoradores que trabajaron en la obra desde 1564 hasta 1588. Para algunos, el diseño del edificio se debió al italiano Giambattista Castello, conocido como El Bergamasco, que más tarde trabajó en El Escorial; para otros lo trazó, al menos en su plan original, Enrique Egas, El Mozo. Las paredes están decoradas con 8.000 metros cuadrados de frescos manieristas elaborados por Cesare Arbasia, Juan Bautista y Francisco Peroli, y los hermanos Nicolás y Francisco Castello. Todos trabajaron para crear un espacio erigido a la mayor gloria de su dueño: por un lado, había que exaltar sus virtudes militares, y por el otro, enaltecer su linaje. Para lo primero, se pintaron en las paredes, las bóvedas y los techos del palacio vistas de ciudades y de puertos, así como los baluartes y las batallas en los que había conquistado su inmenso prestigio. A ambos lados de la escalera se ubicaron dos estatuas en las que aparecía representado como Neptuno (dios de los mares, con su tridente) y como Marte (dios de la guerra), y sobre las puertas del piso superior se colocaron los fanales de popa de las naves capitanas vencidas en las batallas, que eran los trofeos de los marinos. Para elogiar su linaje, y siguiendo la misma tradición renacentista de representar a hombres como dioses o semidioses de la antigüedad, se pintó a los antepasados del marqués y a sus esposas (tuvo dos) e hijos.
Estos dos grupos de representaciones se aderezaron con trampantojos, pinturas que simulaban puertas, columnas y otros elementos decorativos y arquitectónicos, y también con motivos grutescos que incluían animales mitológicos, sabandijas y follajes.
El palacio estuvo a punto de ser destruido por las tropas austracistas de Edward Hamilton durante la Guerra de Sucesión Española a principios del siglo XVIII, salvándose por la actuación del capellán del marqués, el poeta Carlos de Praves, gracias a lo cual hoy podemos admirarlo. Sufrió algunos daños a causa del Terremoto de Lisboa en 1755: hundió el techo del salón de honor, donde se había pintado el gran fresco que representaba la batalla de Lepanto, y desmochó las cuatro torres de las esquinas, que las crónicas de Felipe II describían como magníficas. En él podemos encontrar objetos marineros de la época. Llama la atención un mascarón de proa perteneciente a una nave que dirigió el marqués. Durante la Guerra de la Independencia, los franceses lo arrasaron, y para cuando llegó la Guerra Civil había servido de granero, colegio, establo, cárcel y hospital... Hasta que en 1948, los descendientes de Álvaro de Bazán se lo ofrecieron a la Armada como museo-archivo, que es en la actualidad su función. Asimismo en la iglesia parroquial aledaña hay un cocodrilo disecado y adosado a una de las bóvedas, que fue ofrecido por el marqués como exvoto al regreso de uno de sus viajes.
Referencias
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