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Murallas de Sevilla
En tiempos de Julio César, aproximadamente entre los años 68 y 65 a. C., cuando era cuestor de la ciudad, se construyeron estas murallas y sus torreones, reemplazando la antigua empalizada hecha con troncos y barro existente desde la época cartaginesa. Durante el imperio de Augusto fueron ampliadas y perfeccionadas debido al crecimiento de la ciudad.
Los Árabes añadieron más a la defensa de la ciudad ensanchándola, y fortalecieron ese ensanche amurallándolo bajo el dominio del sultán Alí Ibn Yusuf, quien amplió el espacio protegido por la cerca en casi dos veces su antigua superficie. Los almorávides, que eran conscientes del avance conseguido sobre los reinos cristianos del norte de España se dedicaron a reforzar sus defensas, construyendo y fortaleciendo las murallas.
Tras el ataque vikingo del año 844, el Emir Abderramán II manda reconstruir las murallas destruidas.
En pleno dominio árabe, el califa Abderramán III mandó destruir las murallas y puertas romanas en el año 913, pensando que se evitarían conatos de secesión contra Córdoba, convertida por él mismo en capital de Al-Andalus.
El primer rey de la taifa de Sevilla, Abú al-Qasim ordena levantar de nuevo las murallas en el año 1023 para protegerse de las tropas cristianas.
La defensa amurallada tenía una dimensión de siete kilómetros con 166 torreones, 13 puertas y 6 postigos.
Las murallas estaban prácticamente íntegras llegado el siglo XIX, a raíz de la revolución de 1868, se decidió derribar gran parte de las mismas, quedando solamente los tramos desde la Macarena (donde se contabilizan siete torreones cuadrados y uno octogonal) hasta la puerta de Córdoba, algún tramo en los jardines del Valle y el sector del Alcázar.
En estas épocas Sevilla fue una ciudad cerrada, tal vez la mejor amurallada de Europa. El trazado realizado está concebido para favorecer la técnica defensiva del flanqueo, la técnica de construcción era a base de tapial de argamasa, cal, arena y guijarros, sólo se empleó el ladrillo en las bóvedas y las fajas ornamentales de las torres.
El acceso a la ciudad se realizaba principalmente por lo que se conocía por los postigos y las puertas, que tenían su acceso acodado, según se observa en la de Córdoba, y basándose en documentos, carecían de decoración a diferencia de las que se ven en el Magreb. Se distinguían en reales, o públicas, y privadas. Terminando el siglo XV, durante el imperio de Carlos I, las públicas o reales son modificadas haciéndolas coincidir en primer lugar con las principales calles, y después ensanchándolas para facilitar el tránsito de carruajes que ya era muy común en la época. Esta forma de edificar en unión a las construcciones extramurales, dan el patrón a seguir en los años posteriores para el crecimiento de la ciudad.
Relación de las puertas de acceso de la muralla[editar]
Entre puertas y postigos contaba la ciudad con diecinueve accesos:
- Puerta Macarena, situada frente a la Basílica de La Macarena. Por ella hizo su entrada el emperador Carlos I.
- Puerta de Córdoba, está frente a la iglesia de los Capuchinos. Es la que conserva más claramente la disposición originaria y su carácter cerrado y militar.
- Puerta del Sol, localizada al final de la calle Sol, frente a la Trinidad. Su nombre proviene del sol que tenía grabado en piedra sobre el dintel.
- Puerta Osario, en la plaza del mismo nombre.
- Puerta de Carmona, situada en la esquina de San Esteban con Menéndez y Pelayo. Unido a esta puerta se encontraba el acueducto conocido como Caños de Carmona. Derribada en 1868.
- Postigo del Jabón, está en la mediación de la calle Tintes.
- Puerta de la Carne, en la calle Menéndez y Pelayo a la altura de la calle Santa María la Blanca.
- Postigo del Alcázar, se encuentra en los Jardines de Murillo, dando entrada a los Reales Alcázares.
- Puerta de San Fernando, se encontraba en la calle del mismo nombre, a la altura de la Fábrica de Tabacos.
- Puerta de Jerez, situada al final de la Avenida de la Constitución, en dirección al río. En esta puerta había sobre el arco de entrada unos versos latinos que traducidos resumían brevemente el principio de la historia de Sevilla diciendo:
- "Hércules me edificó
- Julio César me cercó
- de muros y torres altas
- y el rey santo me ganó
- con Garci Pérez de Vargas".
- Postigo del Carbón, estaba en la calle Santander.
- Postigo del Aceite, junto al edificio de Correos; Benvenuto Tortello realizó las reformas en 1572. Era conocido así por ser el lugar por donde entraba el aceite. En el siglo XVIII se abrió en su costado derecho una pequeña capilla donde hay un retablo barroco con la imagen de la Pura y Limpia Concepción del barrio del Arenal, obra de Pedro Roldán.
- Puerta del Arenal, situada en la esquina de la calle Adriano con la calle García de Vinuesa.
- Puerta de Triana, estaba en la calle Reyes Católicos, a la altura de la calle Santas Patronas en la confluencia de varias calles importantes de la ciudad. Su origen es almohade, era la única puerta de las murallas con tres arcos. En 1585 se reconstruyó en estilo renacentista. Fue derribada en 1868 pero su emplazamiento todavía se puede localizar en el pavimento por un tono de color distinto del acerado.
- Puerta Real, en la esquina de la calle Goles con la calle Alfonso XII.
- Postigo de San Antonio, se hallaba a espaldas del convento de San Antonio de Padua.
- Puerta de San Juan, situada en la calle Guadalquivir, entre la calle San Vicente y Torneo.
- Puerta de la Almenilla o de la Barqueta, se hallaba en la calle Calatrava, en la plazoleta del Blanquillo.
- Postigo de la Feria o de la Basura, estaba al final de la calle Feria, esquina con la calle Bécquer.
Gran parte de la muralla fue destruida en el siglo XIX debido a la expansión de la ciudad. En la actualidad sólo se pueden visitar la puerta de la Macarena, la puerta de Córdoba y el postigo del Aceite.
Referencias
Referencias e información de imágenes pulsando en ellas. |
JIMÉNEZ MAQUEDA, Daniel (1999). Las puertas de Sevilla: una aproximación arqueológica. Estudio histórico-arqueológico de las puertas medievales y postmedievales de las murallas de la ciudad de Sevilla. Sevilla. Editorial: Fundación Aparejadores. ISBN 84-8093-075-6 |