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Monumento a los caídos de Erba

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Monumento a los caídos de Erba

El Monumento a los caídos de la Primera Guerra Mundial situado en la ciudad de Erba, Provincia de Como, Lombardía (Italia) fue proyectado en 1926 por Giuseppe Terragni y construido entre 1928 y 1931.

Terragni comentó de este monumento que No es la última palabra del racionalismo, pero es el primer monumento Moderno a los caídos construido en Italia.

El monumento conecta dos usos de la ciudad: el profano y el celebrativo. Uno y otro están separados por un desnivel de unos veinticinco metros, que la escalinata del monumento salva. En la parte baja está la ciudad de cada dia, dispersa y agrupada en torno a varios centros. En la parte alta está el parque, el Teatro-parco Licinium, con tal orografía que permite concentraciones de los habitantes, y su uso para representaciones teatrales, espectáculos musicales o fiestas.

La primera imagen del monumento ocurrirá, por lo tanto, desde abajo, desde el cruce de calles a su nivel inferior. El esquema al que la memoria acude es, en ese caso, simultáneamente, el de una acrópolis y un calvario.

Pero cuando se está enfrente de ese desprendimiento infinito de escalones que es el monumento, entregándose al suelo de la ciudad y abriéndose en ondas cada vez más amplias, el monumento parece comportarse según otra figura: sabemos que es una escalera de subida, pero lo que vemos y sentimos es un movimiento derramado, material y efectivo, de bajada.

Puede comprobarse fácilmente. Basta decidir dónde añadiríamos un escalón más, si arriba o bien abajo. La cota superior está fijada. Coinciden articuladas entre sí, como en la pasarela de un barco atracado al muelle, la cota de la cima con la cota de la escalinata. En cambio, abajo parece caber siempre la posibilidad de ir añadiendo escalones, que serían cada vez de mayor diámetro, hasta cubrir, ¿por qué no?, la calle en toda su calzada.

Ese efecto lo consigue Terragni por una escenografía muy cuidadosa.

Primero, en la parte alta, bloqueando el ascenso de la escalinata, hay asomando como un tapón, una superficie cilíndrica convexa, la cripta, más baja que la exedra cóncava, alta y retrasada al fondo. Eso hace que la escalinata quede visualmente bloqueada por arriba, sin posibilidad de seguir subiendo. Arriba está su extremo sólido. Es más: los profundos intercolumnios oscuros de la cripta juegan como fuente origen de la corriente interminable de escalones que brota y mana hacia abajo, como un torrente de piedra sereno y grave.

A su vez, en la parte inferior, la línea horizontal que remata el muro de contención paralelo a la calle hace de verdadera línea de suelo: bajo ella, los escalones pierden su solidez, se entregan licuados en una presencia de mancha más húmeda y expansiva, la de la escalinata en semicírculo, con discos cada vez más anchos, ocupando escalón a escalón el área de la calle. El efecto de esa línea horizontal, a más de 4 metros de altura, está reforzado por el zigzagueo de los cuatro pares de trazos inclinados del zócalo, de la misma pendiente que la escalera y el monte.

De continuar manando la fuente de piedra -y es inagotable, como inagotable es la presencia de la sangre de los caídos- podría llegar a cubrir la ciudad entera. Pero no como cubren Herculano las cenizas de un volcán, paralizando y petrificando la vida de sus habitantes, sino como cubre la sangre de los mártires: estimulando, encuadrando y exaltando la acción y la ciudad. Ya nuestra emoción al ver avanzar hacia nosotros el desprendimiento de piedra es parte del efecto vivificador que nos ha englobado. Estamos ya dentro de los semicírculos.

Y subimos.

Sólo ahora, después de haber llegado a entenderse el monumento como solemne procesión en descendimiento, puede empezar a sentírsele simultáneamente como ascensión, como conexión de la ciudad baja hacia su acrópolis y como camino de subida.

Desde que pisamos sobre el primer escalón, la imagen del monumento cambia. Desaparece éste como figura definida, al estar nosotros en su interior, y queda substituido por una misma imagen próxima repetida indefinidamente: los escalones que vamos subiendo. Otro, y otro igual al anterior, y otro igual al anterior...

Ese desvanecimiento del monumento como objeto exterior es correlativo a un aumento de presencia por cuanto ocurre en nuestro propio cuerpo: nos estamos cansando, ya cuesta respirar, cada vez las piernas y los pulmones tienen mayor peso y viscosidad.

¿Cuál es la forma del monumento? ¿Dónde está lo monumental? No donde habíamos creído hasta ahora. Sólo puede advertirse efectivamente al acoplarse a él, siguiendo su movimiento, al subirlo. Es el cansancio, y no la piedra, el monumento ofrecido a los caídos. Nuestro cansancio, al subir la interminable escalinata, y el cansancio de quienes, antes nuestro, construyeron. O, mejor, hay una doble oferta, un intercambio de presentes. Ellos, los caídos, los inmateriales, nos dan desde su cripta la fuente de piedra que mana y brota y no acaba. Nosotros, los materiales, quienes existimos, les damos a ellos algo inmaterial, nuestro cansancio, nuestra dificultad en respirar, nuestro aliento entrecortado. Ambos sacrificios se entretejen aquí, el de los caídos y el de los vivos, el de la ciudad alta y el de la ciudad baja, el del suelo y el del cielo.

Dibujos de la mano de Terragni en los márgenes de los planos del proyecto, y esquemas quizás para bajorrelieves, muestran ese doble movimiento: el cuerpo sin fuerzas, que se vence, sostenido por otro cuerpo, que lo ayuda.

El monumento tiene tres estratos: el superior, de la cripta y la exedra; el intermedio, de la escalinata recta: y el inferior, de la escalinata semicircular.

Si el tramo de la escalinata semicircular tiene todos los atributos del peso de la tierra, la cripta y la exedra están hechos de un materia más liviano, que incorpora y participa de lo aéreo: la visión de recortes de cielo entre los arcos de la exedra hace que el monumento no quede detenido sobre la cima de la colina, pesando sobre ella, sino que se trasmita hasta las nubes, los astros y el cielo, donde ya nada duele.

Planos

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Otras imágenes

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Situación


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Referencias

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Conrad von Soest, 'Brillenapostel' (1403).jpg
Josep Quetglas: http://www.arranz.net/web.arch-mag.com/6/homeless/06s.html


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