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Iglesia de Tapiola/Información complementaria/1

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Ante la iglesia de Tapiola llama la atención su hermetismo. Una masa de hormigón gris, de escasa altura y con un elemento emergente, se ofrece a nuestra vista apenas como una oscura sombra entre los pinos. Basta comparar la iglesia con el resto de edificios que conforman el centro de Tapiola para entender su singularidad. En efecto, si los edificios proyectados por Aarne Ervi en torno al estanque central manifiestan la firme voluntad de dotar de un centro de gravedad a la ciudad dispersa, la iglesia, sin embargo, parece querer sustraerse a una lectura en términos estrictamente urbanos. La posición del volumen principal de la nave denuncia este hecho: capaz por su dimensión de haber asumido cierta representatividad frente al espacio público, aparece retrasado respecto al estanque y oculto tras los pinos, en una posición diametralmente opuesta a los edificios de Ervi.

Para la construcción de la iglesia en 1963 lo hace bajo el lema Pyhät puut, (árboles sagrados). Con ello anticipa la que será una de las particularidades de su diseño: su pertenencia al bosque; éste será sin duda su “elemento”. La iglesia de Tapiola funda en el bosque un lugar para la trascendencia, un lugar al que el arquitecto dota de significado obrando mediante una figura arquitectónica ancestral: el recinto.

Si existe en Tapiola un elemento en el que confluya su vocación urbana y su conciencia de ser, en definitiva, paisaje, ese es la senda Tapionraitti. Discurriendo en dirección este-oeste, nace en el límite con el término de Otaniemi y se prolonga hasta desvanecerse en su ascenso a la colina sobre la que se elevan las torres residenciales de Viljo Revell, en el sector oeste de la ciudad. Al aproximarnos al centro de Tapiola desde el este por la senda Tapionraitti nos encontramos con un cambio sustancial en la geometría del camino. Abandonando su condición de camino de bosque de trazado curvilíneo, adopta en este punto la línea recta amoldándose así a la precisa ortogonalidad del estanque central.

El punto de inflexión del camino señala el emplazamiento de la iglesia. El edificio parece inferir de la linealidad del camino un principio organizativo, pues el corredor interno que lo estructura discurre paralelo, en geometría y concepto, a la senda Tapionraitti. Apenas los separa un estrecho jardín por el que se efectúa el ingreso. Y así el ritual de acceso a la iglesia se inicia fuera del edificio, entre el camino y el jardín, a partir de un dintel de hormigón que es apenas un umbral entre dos espacios exteriores. Traspasado éste los mismos árboles del bosque circundante parecen ahora avisarnos del misterio… árboles sagrados, en efecto.

Desde el jardín se accede a través de una puerta de vidrio a un punto intermedio del corredor: a la derecha, el recorrido continúa tangente a la nave de la iglesia finalizando en la pila bautismal coronada por un lucernario en estricta coincidencia con el campanario exterior; a la izquierda, más allá de la sala de la comunidad, se adentra en el conjunto de patios y estancias que conforman el centro parroquial.

Carente de cualquier clase de figuración, la iglesia comunica su carácter sagrado como un mensaje codificado en su propia forma. Quizá sea por esa capacidad evocativa de las formas esenciales, como aquel túmulo ante el que Adolf Loos reconoció la arquitectura… o quizá porque la composición general de las masas de la iglesia de Tapiola reproduce las de un tipo edificatorio íntimamente ligado a la memoria y al recuerdo: la mastaba egipcia, una tumba de túmulo alojada en un recinto definido por un muro más bajo 3. Persuadidos de esta analogía, qué nos impide ir un poco más allá, y aventurar para la articulación superficial del volumen de la nave un posible origen mítico. Así, las nervaduras verticales que surcan los cuatro frentes del volumen rememorarían otra imagen ancestral que forma parte de nuestra herencia cultural: la secuencia de entrantes y salientes o, si se prefiere, de semicolumnas de piedra que, en una feliz transposición desde su origen lígneo a su consolidación lítica, constituyen uno de los motivos más característicos de la arquitectura conmemorativa del Antiguo Egipto pues traducen en piedra la arquetípica morada del soberano construida con materiales perecederos, la tienda nómada. De Sakkara (c. 2750 a.C.) a Tapiola (1965), de Imhotep a Ruusuvuori, el vínculo se sustenta así sobre la dilatada vida de las formas.

Y puesto que toda masa hermética evoca una construcción maciza, sorprende descubrirle un espacio interior, más aún, como en este caso, un interior continuo. Tanto es así que desde la ofi - cina del párroco, situada en el extremo oeste del edif cio, puede contemplarse el punto más alejado de la iglesia, el altar, gracias a una relación visual ininterrumpida a lo largo de 72 metros. A pesar de esta continuidad visual, el espacio no es, ni mucho menos, homogéneo. Basta observar detenidamente la planta y la sección longitudinal para comprobarlo. La huella cuadrada sobre el plano de la nave de la iglesia reivindica la autonomía de este “espacio maestro” y subraya la dificultad de los acuerdos entre dos concepciones espaciales antitéticas: la sala como paradigma de espacio acotado, y el continuo espacial limitado por el muro ciego perimetral y surcado por la presencia interpuesta de los patios. Entre una y otra, el corredor y la sala de asambleas participan de ambas concepciones para establecer la necesaria mediación. El acceso, coincidente en su traza con la sala de asambleas, constituye, más que nunca, un punto de encuentros.

En la iglesia de Tapiola, el encuentro por antonomasia es aquel que se da a ambos lados de la junta, entre hormigones de distinta naturaleza. La casuística comprende desde el hormigón in situ encofrado con tablilla de madera hasta los distintos tipos de paneles prefabricados que construyen los límites del recinto. Al interior, el bloque de hormigón da la medida a la obra, pero es la luz la que otorga al espacio su dimensión trascendente.

Si los patios son los artífices de la iluminación objetiva de los espacios del centro parroquial, en la nave de la iglesia la iluminación natural deviene símbolo. A los lucernarios que señalan el lugar del altar y la pila bautismal, se suma la gran ventana abierta al oeste desde la nave de la iglesia por encima de la sala de asambleas. Una monumental celosía de hormigón armado proyecta su figura sobre la pared opuesta, la del altar, gracias a los rayos rasantes del sol poniente. En el espacio comprendido entre la fuente de la luz y la figura dibujada por la sombra, y orientando su visión hacia ésta, se sitúan los fieles. Para ellos la luz, como la fe, llega desde un lugar inexplicable.

Origen del texto
Título: Dos edificios de Aarno Ruusuvuori
Autor: Raul Castellanos
http://upcommons.upc.edu/bitstream/handle/2099/12074/DPA%2022_32%20CASTELLANOS.pdf?sequence=1

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Alberto Mengual

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