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{{B}}'''Iulius Marco Cornelius''' (s. I d.C.)
{{B}}'''Iulius Marco Cornelius''' (s. I d.C.) fue un arquitecto que llegó a Roma procedente de la Tracia como protegido de la emperatriz Agripina. Fue amante de Petronio y confidente de Nerón, por lo que se especula que el Ninfeo de la Domus Aurea y sus extraños arcos nervados, insólitos en la arquitectura romana, podrían ser idea suya.
 
Llegó a Roma procedente de la Tracia como protegido de la emperatriz Agripina. Fue amante de Petronio y confidente de Nerón, por lo que se especula que el Ninfeo de la Domus Aurea y sus extraños arcos nervados, insólitos en la arquitectura romana, podrían ser idea suya.


Poco a poco se fue introduciendo en el ánimo del emperador convenciéndole de lo pobre e inapropiada que resultaba la ciudad de Roma para su divina persona. Las calles sucias y llenas de pordioseros, tullidos y esclavos, el olor fétido de los charcos putrefactos, las boñigas ensuciando las calzadas, los escombros amontonados, las casas apiñadas y semidestruidas, las callejas estrechas y tortuosas invadidas por todo tipo de carromatos y tenderetes por donde apenas podían pasar las multitudes de personas apretujadas, los rincones convertidos en muladares donde los animales muertos se pudrían al sol, en fin, todo eso ponía en evidencia la decrepitud de una populosa ciudad, indigna de ser la capital de un imperio. Frente a esta lamentable realidad, exponía ante los ojos de Nerón imágenes fastuosas de grandes foros, teatros y anfiteatros, estadios, palestras, termas, circos, mercados y palacios. Una auténtica capital del mundo y no el ruidoso y maloliente aglomerado en que se había convertido Roma, más parecida a una ciudad bárbara de Oriente que a la capital del mundo.
Poco a poco se fue introduciendo en el ánimo del emperador convenciéndole de lo pobre e inapropiada que resultaba la ciudad de Roma para su divina persona. Las calles sucias y llenas de pordioseros, tullidos y esclavos, el olor fétido de los charcos putrefactos, las boñigas ensuciando las calzadas, los escombros amontonados, las casas apiñadas y semidestruidas, las callejas estrechas y tortuosas invadidas por todo tipo de carromatos y tenderetes por donde apenas podían pasar las multitudes de personas apretujadas, los rincones convertidos en muladares donde los animales muertos se pudrían al sol, en fin, todo eso ponía en evidencia la decrepitud de una populosa ciudad, indigna de ser la capital de un imperio. Frente a esta lamentable realidad, exponía ante los ojos de Nerón imágenes fastuosas de grandes foros, teatros y anfiteatros, estadios, palestras, termas, circos, mercados y palacios. Una auténtica capital del mundo y no el ruidoso y maloliente aglomerado en que se había convertido Roma, más parecida a una ciudad bárbara de Oriente que a la capital del mundo.
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