Diferencia entre revisiones de «Tumba de Adolf Loos»

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La '''Tumba de Adolf Loos''' diseñada por él mismo en 1931 y realizada en 1958 por su discípulo y colaborador Heinrich Kulka, siguiendo el boceto original de Loos, está situada en el sector 32 del Cementerio Central de Viena.
La '''Tumba de Adolf Loos''' diseñada por él mismo en 1931 y realizada en 1958 por su discípulo y colaborador Heinrich Kulka, siguiendo el boceto original de Loos, está situada en el sector 32 del Cementerio Central de Viena.


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Cuando murió, la ciudad de Viena puso a su disposición una parcela del Cementerio Central, situada en la zona donde están enterrados los hombres y mujeres ilustres.
Cuando murió, la ciudad de Viena puso a su disposición una parcela del Cementerio Central, situada en la zona donde están enterrados los hombres y mujeres ilustres.
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El tema de la muerte (recurrente en su obra) halla una sublimación arquitectónica en la tumba autoconmemorativa, diseñada con inseguros trazos en un momento de consciencia del propio destino. Pese a lo apresurado del esbozo, es claramente legible la deliberada sencillez del sepulcro, exagerada: un puro cubo de granito (con el nombre esculpido dentro) apoyado sobre una lineal losa de base. Así, pues, la lápida para sí mismo marca la experiencia de un "límite", más aún que el mausoleo para el historiador del arte Max Dvorák (1921) y que la lápida de su amigo Peter Altenberg (1919). Es el silencioso regreso a la más elemental de las formas, el final de un largo proceso de reducción de las construcciones geométricas a la esencialidad primaria, casi ancestral. Y no es fortuito que se llegue a tal "límite" en un sepulcro, es decir, en un objeto monumental donde la arquitectura llega al umbral del arte; "El arte quiere ser la imagen de la muerte" había aclarado Bruno Taut.
El tema de la muerte (recurrente en su obra) halla una sublimación arquitectónica en la tumba autoconmemorativa, diseñada con inseguros trazos en un momento de consciencia del propio destino. Pese a lo apresurado del esbozo, es claramente legible la deliberada sencillez del sepulcro, exagerada: un puro cubo de granito (con el nombre esculpido dentro) apoyado sobre una lineal losa de base. Así, pues, la lápida para sí mismo marca la experiencia de un "límite", más aún que el mausoleo para el historiador del arte Max Dvorák (1921) y que la lápida de su amigo Peter Altenberg (1919). Es el silencioso regreso a la más elemental de las formas, el final de un largo proceso de reducción de las construcciones geométricas a la esencialidad primaria, casi ancestral. Y no es fortuito que se llegue a tal "límite" en un sepulcro, es decir, en un objeto monumental donde la arquitectura llega al umbral del arte; "El arte quiere ser la imagen de la muerte" había aclarado Bruno Taut.


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