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Pabellón alemán de 1958
El pabellón alemán en la Exposición de Bruselas de 1958 fue obra de Sep Ruf y Egon Eiermann.
La parcela asignada a Alemania estaba situada en la vertiente suroeste del recinto expositivo, abarcando de una superficie de 18.000 m2 dispuesta en pendiente. Entre el límite superior, alineado al uno de los ejes primarios de la ordenación del recinto, y el inferior, coincidente con uno de los caminos interiores que comunicaban los diferentes pabellones, existía una diferencia de cota de 6,76 mts. A parte de la consideración de esta topografía, el proyecto contempló también la vegetación preexistente del lugar.
La representación de la vida y el trabajo en la Alemania post-bélica conllevaba abordar un programa con nueve contenidos: agricultura, artesanía, industria, ciudad y vivienda, necesidades personales, deberes y tareas sociales, salud y asistencia, ocio y educación. A parte de las áreas temáticas, el programa contemplaba también una serie de espacios complementarios como: una biblioteca, un restaurante, una vinoteca y un gran hall polifuncional previsto para dar cabida a reuniones, conciertos y conferencias. Los arquitectos plantearon el proyecto teniendo en cuenta dos consideraciones: la escala de “la casa” y el respeto a la estructura formal de su emplazamiento.
Este punto de partida exigió un trabajo preliminar. Sep Ruf y Egon Eierman, como arquitectos, debieron analizar con profundidad las diversas áreas del programa para deducir si existían posibilidades de disgregación que favorecieran alcanzar la escala humana que pretendía el proyecto. Por otro lado, Walter Rossow en vez de concebir su trabajo de paisajista como “la introducción de lo natural en lo construido”, actuó al revés: estudiando la potencialidad del lugar para descubrir en él las leyes de ordenación del edificio.
La puesta en común de ambos trabajos dio lugar a una concepción totalmente opuesta la idea originaria. Del “edificio unitario” propuesto en el anteproyecto se pasó a un “complejo edificado” formado, no tan solo por las nueve construcciones resultantes de la descomposición del programa, sino también por la incorporación de los elementos vegetales que estructuraban el lugar. Este diálogo entre lo natural y lo construido fue viable gracias a que el zócalo utilizado como entrega entre cada uno de los módulos y la topografía existente, permitía al edificio asentarse en el terreno sin afectar al perfil de la ladera. Por otro lado, el cambio de plano que dibujaba esta base con respecto al cerramiento del pabellón alteraba la percepción del espectador, al provocarle entender el conjunto como algo que levita, un efecto que contribuía a aumentar la ligereza del sistema constructivo elegido.
Para preservar esta idea de “jardín pasante”, la conexión entre los diferentes módulos se realizaba por una pasarela elevada de la rasante del terreno. Esta construcción secundaria fijó la posición altimétrica de cada una de las unidades, al exigir la alineación entre los forjados inferiores de los pabellones situados en la cota -6,75, con los forjados superiores de los pabellones ubicados en cota 0,00. Con esta configuración no solo se conseguía un “complejo edificado abierto”, sino que también se ofrecía un sistema flexible, al posibilitar que cada una de las piezas pudiese adoptar la proporción y la altura que cada temática requería. Por otro lado, la disposición de estas nueve piezas, unidas por pasarelas cubiertas de pérgolas, formalizaba un espacio interior que, protegido de la algarabía del recinto expositivo, perseguía rememorar una calma monástica.
Planos
Otras imágenes
Referencias
Referencias e información de imágenes pulsando en ellas. |
Elena Fernández http://pab.pa.upc.edu/pdfs/pabellon-aleman.pdf |