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Kaoshi Murutaki
Kaoshi Murutaki (1827-1872) fue un arquitecto japones.
Ardiente defensor de las tradiciones japonesas se opuso virulentamente a la infiltración de la cultura occidental durante la era Meiji.
Consideraba sacrílego el concepto occidental de arquitectura ya que engloba sin distinción todo tipo de construcciones, y por lo tanto equipara la construcción de casas (zoka) con las limosnas destinadas a la construcción de templos (fushin) así como con el levantamiento de las Casas de Té, creando, por lo tanto, una mezcolanza caótica.
Frente al concepto abstracto de espacio característico de la arquitectura occidental, defendía el concepto taoísta de “Ma” en el que espacio y tiempo sólo son comprensibles como algo vinculado a un lugar concreto y en un momento determinado. Entendía que las construcciones de piedra hechas para durar eternamente son un gesto de soberbia y un desafío a Dios que es el único ser eterno. Y, en consecuencia, abogaba por las construcciones de madera y papel de arroz (shoji) que hacen patente su carácter caduco, vulnerable y efímero.
Estaba en contra de las monumentales construcciones simétricas, acusándolas de buscar una perfección formal sólo reservada a las obras divinas. Frente a este tipo de edificios proponía mantener las humildes casas de cuerpos asimétricos, fragmentados e incompletos, dentro de la cultura zen, que exponen sin estridencia su imperfección como obras humanas que son.
Lamentaba que se hubiesen abandonado los ritos meticulosos y rígidos que marcaban los pasos a seguir en la construcción de edificios y templos, puesto que eso era lo único que podía garantizar la buena conclusión de las obras y la felicidad de sus ocupantes.
Repudiaba que se hubiese sustituido la modulación de las construcciones mediante tatamis que marcaban las dimensiones de las estancias por medidas abstractas del sistema métrico decimal.
Defendía los ambientes ambiguos e intermedios (engawa) y las estéticas wabi de harmonización de los opuestos (luz y sombra, materia y espíritu) y sabi donde la esencia de lo permanente es el cambio.
Cuando descubrió que en los recintos sagrados de la ciudad de Kyoto se iba a levantar un edificio siguiendo la costumbre occidental, la tarde de la primera luna nueva de invierno se instaló en el lugar que iba a ser profanado y, tras pasar doce horas de meditación, al despuntar el alba se suicidó haciéndose el harakiri.
Referencias
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